miércoles, 31 de julio de 2013

Relatos de verano. El cierre

Llega el momento de cerrar este experimento del diario veraniego. Mañana empieza agosto y tengo que dedicar las mañanas a otros menesteres. Pero, quizás no sea un cierre definitivo, qui lo sa.
   Para despedirme de esta experiencia, he elegido una noticia que escuchaba esta mañana en la radio, mientras paseaba por la orilla del mar, y que me ha dejado "ojiplática". Al parecer, el libro del verano en el Reino Unido de la Gran Bretaña es Las 50 sombras de Grey, no sé si lo conocéis, (¡ejem!). Pues bien, tanta ha sido su fama que los bomberos británicos no paran de "atender" a parejas que ponen en práctica los consejos amatorios de dicho libro, y se pasan el día, alicates en mano, rompiendo las esposas que los enfebrecidos amantes se colocan, en un arrebato de pasión, sin pensar antes dónde dejar las llaves para cuando acabe el "himeneo". 
   ¿Hasta ese punto llega el poder de persuasión de la lectura? Nunca lo hubiera imaginado, la verdad. Había oído hablar de la influencia de los videojuegos, del uso excesivo del móvil, del atontamiento de la televisión, pero de que la lectura de un libro provocase estos arrebatos amatorios, me ha dejado patidifusa. Me da miedo pensar en lo que pueden llegar a hacer los seguidores de Crepúsculo.
   Sea como fuere, creo que siempre es bueno que un libro pueda influir de la misma forma que una serie de televisión famosa, una "peli" de éxito o cualquier otra moda. Eso me hace albergar esperanzas de que, con el tiempo, influyan también escritores como Dickens, Galdós, Cervantes, entre otros miles. ¿O es mucho soñar?

martes, 30 de julio de 2013

Relatos de verano. Moda playera

Todos los años me fijo muy mucho en las modas que se llevan en la playa, no porque vaya a seguirlas sino para saber cuánto me estoy alejando de ellas y tratar de remediarlo un poco. La moda y yo no nos entendemos muy bien.
   Al grano. Las modas playeras imponen ciertas normas que hay que seguir si quieres fardar en tus vacaciones. Primero fueron los sombreros tipo "Los gavilanes" acompañados de camisolas de playa de motivos animales. Después fueron los sombreros tipo borsalino, preferiblemente blancos, a juego con gafas de sol tipo "estrella de cine, pero que no vea nadie". En los últimos años, predominaba el moño alto, muy alto, con pareos atados al cuello, gafas de sol negras tamaño ¡qué barbaridad! y perrito pequeño con correa extensible, aunque se prefiera llevarlo en brazos. Este verano es el bikini ¡Ni se te ocurra ponerte un bañador! Si tienes flotadores que recoger, ¡Te aguantas! No se venden bañadores, te las arreglas con los que ya tienes. 
   En los libros ocurre lo mismo. Ayer, mientras leía el post de Las modas en el mundo literario, del blog Mucho ruido y pocas nueces, me di cuenta de hasta donde llega la dictadura de la moda.
   Por lo que he podido ver en la playa, Dan Brown es "el rey del mambo", seguido muy de cerca de la revista de Ana Rosa. Y, entre los caballeros, el Marca, salvo algún despistado que lee algún diario de tirada nacional. Pero lo que de verdad se lleva este verano, reinando con total impunidad sobre cualquier tendencia es NO LEER NADA. Sí, sí. La falta de libros, e-books, revistas o periódicos es algo me ha dejado boquiabierta. Espero que esta tendencia cambie a lo largo del verano. Bastante destaco ya con mi bañador "anti-lujuria" como para hacerlo también con mi libro de pasta dura y unas 500 páginas.

lunes, 29 de julio de 2013

Relatos de verano. Moros y cristianos

Ayer por la tarde me las prometía yo muy felices: una buena ducha para refrescarme, el autobús hasta el puerto y una tarde de compras en el mercadillo. Nada más lejos de la realidad. Cuando asomé mis naricillas por el susodicho, había allí toda una marabunta de gente dispuesta a conseguir las mejores gangas veraniegas a los excelentes precios de 1€, 2€, 5€, etc. Lo que no llegué a averiguar era si la calidad de la mercancía era como el precio. En fin, que cuando intenté acercarme a un puesto de "cachiperres" (en honor de mi amiga Azucena), un codo justiciero metido hasta el fondo en mi costado derecho me hizo saber que ese hueco, que yo había visto al llegar, tenía dueña. Casi sin aliento, decidí largarme a otro sitio en donde pudiera respirar. Al no conseguir este aspecto tan importante para el ser humano, me largué. Ya no aguantaba más. 
   Con un cabreo de narices, me fui hacia el paseo marítimo para tranquilizarme y respirar un poco de aire fresco. Cuando llegaba casi a la mitad, oí de pronto tambores, clarinetes, trombones. Vi banderas ondeando al aire, trajes de otras épocas y una multitud agolpada al borde del paseo. Era un desfile de moros y cristianos al completo, con camellos, caballos, águilas imperiales, dragones, bandas de música, yelmos brillantes, turbantes de finas sedas. Todo lo que un desfile que se precie debía tener. Aquella tarde "maldita" que había empezado quitándome el aliento, me compensó completamente con toda una muestra de color, brillo, baile y música. Al final, la tarde del domingo se marchó con un buen broche.

domingo, 28 de julio de 2013

Kate Morton y la ternura

El cumpleaños secreto. Kate Morton

Esta escritora ya me encandiló con El jardín olvidado. Después, con La casa de Riverton empecé a cogerle el "truqui": un misterio oculto durante años, varias generaciones implicadas, varias épocas mezcladas en el relato, etc. Pero en esta novela va mucho más allá; además de seguir los trazos de sus novelas anteriores, trata de presentarnos los sentimientos de los protagonistas, la trama es solo la excusa.
   Como en sus otras novelas, la escritora australiana nos presenta un ir y venir constante entre el presente y el pasado, pero de forma sencilla, cerrando cada pequeña historia de manera que podamos seguirlas todas sin confundirlas entre sí y también, mantener así nuestro interés.
   Aquí nada es lo que parece, ni las situaciones, ni los personajes, ni los recuerdos. Todo se mezcla de manera que nos lleve, poco a poco, a la verdadera historia que quiere contar la escritora: la vida entrelazada de Doll, Jimmy y Vivien. Todo lo demás son excusas para tenernos enganchados, excusas muy bien montadas, por cierto.
   Otra de las cosas que me gustan de Kate Morton (como de otras escritoras de tradición británica) es la gran facilidad que tiene para retratarnos los ambientes familiares, a través de pequeños rituales domésticos como la preparación del té, una reunión familiar en la cocina o el recibimiento de los invitados.

   Pero esta novela me ha mostrado otra faceta de la autora que no había encontrado hasta ahora: la ternura. Aquí no se trata solamente de un antiguo secreto familiar que descubrir, o de un sórdido pasado que conviene ocultar. Lo realmente importante es el amor de una hija hacia su madre, en los últimos momentos de su vida, su deseo de verla descansar en paz y su interés por descubrir como fue su madre realmente.
   Es curioso, nunca vemos a nuestros padres como otra cosa que no sea "nuestros padres", como si no hubieran sido jóvenes, o no hubieran tenido un pasado, o una vida que nada tenía que ver con nosotros. Aquí, sin embargo, la hija de una de las protagonistas, está dispuesta a descubrir el que parece el oscuro pasado de su madre, sin dejar en ningún momento de quererla, al contrario, dispuesta a asumir todo lo que descubra y a hacer que su madre se marche de este mundo libre de cargas.
   No es una novela sórdida, ni triste (a pesar de algunos acontecimientos), ni derrotista. Al contrario, nos muestra muchas de las virtudes de algunos seres humanos, incluso en los momentos más difíciles como puede ser una guerra mundial.

   He disfrutado mucho leyéndola, he sentido tensión e intriga, pero sobre todo me ha emocionado y mucho, y tengo que confesaros que, al final, se me escaparon unas lagrimitas. ¡Qué le voy a hacer!

sábado, 27 de julio de 2013

Relatos de verano. El paseillo

Como cada mañana, me he lanzado a la playa a dar mi "paseillo" mañanero. Mi intención no es estar en forma o perder esos kilos que me sobran; sólo pretendo hacer algo de ejercicio y relajarme, dejar la mente en blanco a veces y pensar otras. Me enfundo mis cascos y ¡ale! a caminar.
   Yo voy pensando en mis cosas, mirando al mar a ratos y otras veces a las gaviotas que se pasean por la arena entre los trabajadores de la playa. De repente, me cruzo con un señor mayor muy sonriente que me saluda con un "buenos días". Estoy segura de que no le conozco, pero es posible que le suene mi cara de estos días atrás. Entonces me fijo en la gente con la que me cruzo y me doy cuenta de que solemos ser los mismos los que nos ¿vemos? (o nos miramos sin ver) cada mañana.
   Ahí está el señor alto y esbelto, con aspecto de militar retirado, con su sombrero de estilo panameño, ladeado, y gafas de sol tipo "Top Gan", marcando el paso y con la cabeza bien alta. También está el matrimonio mayor que camina cogido de la mano, dentro del agua. El corredor profesional con el pulsómetro, el podómetro y todos los ómetros necesarios. La chica que corre con su perro y las dos "maris" que van "cortando el traje" de todo el bloque en el que veranean. Hoy no he visto al chico de la gorra y las gafas negras, pero sí estaba el bañista de la playa nudista al que todos tratamos de sortear indiferentes cuando sale del agua.
   Mañana tengo que acordarme de saludar al viejecillo sonriente, esquivar al bañista nudista y buscar al chico de la gorra.

viernes, 26 de julio de 2013

Relatos de verano. La visitante

El día había empezado de lo más normalito. Primero, mi paseo matutino, después mi desayuno en la terraza mirando al mar, y luego mi "playita" con mi sombrilla y mi silla, dispuesta a seguir leyendo ese libro que me tiene embrujada.
   Todo se desarrollaba como de costumbre, nada parecía predecir la visita inesperada de después. Yo seguía mi ritual diario: poner la sombrilla, extender la toalla y marcharme derechita al mar para darme el primer baño del día, en un agua tranquila y cristalina. 
   ¡Qué tranquilos nos sentimos cuando no conocemos lo que se nos viene encima! El mar estaba como nunca, los peces nadaban entre mis piernas, el agua estaba fresca y clara y el baño fue de lo más refrescante. Yo ¿nadaba? (o flotaba, tampoco nos pongamos tiquismiquis) hacía el interior, totalmente ignorante de esa visita inesperada que se acercaba despacio y en silencio.
   De repente, la visitante me rozó suavemente para hacerme saber de su presencia. Ya era imposible escapar. Cuando quise huir de allí sólo podía palmotear para intentar ponerme de pie y correr hacía la orilla (no soy Gemma Mengual, precisamente). Todo fue en vano. La visitante ya había dejado su marca, y nada menos que en una de mis "cachas", la izquierda para ser más precisos, y en la corva de la pierna derecha. 
   El resto del día lo pasé ocupándome del sello y firma de la visitante. ¡Maldita medusa!

jueves, 25 de julio de 2013

Relatos de verano. Santiago

Mi idea sobre este Diario veraniego era escribir sobre lo que me golpeaba, lo que sobresalía o destacaba en estos días de verano en los que todo se repite y en donde todos los días son iguales. Por desgracia, este no será nunca un día igual a los demás.
   Mi idea para el Diario de hoy era la de hablaros sobre el concierto de bandas de música que disfruto todos los miércoles desde mi casa; era  la de describiros la calle cortada y llena de sillas de plástico verde dispuestas para ser ocupadas por los veraneantes; era la de contaros cómo sonaba esa banda, como canturreábamos todos con algunas piezas del programa. 
   Esa idea tendrá que esperar a otra ocasión. Hoy la realidad que me encuentro y que me golpea de una forma brutal es el accidente ferroviario de Santiago.
   Hoy el diario está dedicado a ellos.

miércoles, 24 de julio de 2013

Relatos de verano

El verano siempre es diferente. Nuestro ritmo de vida también. Por mucho que queramos, no es fácil mantener la rutina que seguimos el resto del año. Pero esto es una de las mejores cosas del verano, ¿no?, romper con lo que venimos haciendo: salir a pasear temprano con el fresquito, tomarnos una cervecita en una terraza a las diez de la noche, mientras se pone el sol, irnos a comer a la piscina cuando salimos del trabajo, o poder desayunar todos juntos, aunque sólo sean unos días.
   Así que, dándole vueltas a mi cabecita, que normalmente no para, he pensado cambiar la dinámica del blog los próximos días de verano. Aunque siga con mis lecturas y otras cosillas, quisiera redactar una especie de diario veraniego en donde cuente lo que me rodea día a día (o eso espero), lo que veo y lo que me ronda, las cosas que me harán romper mi rutina invernal. Me gustaría que fuesen post cortitos a modo de pinceladas, nada muy sesudo, simplemente impresiones personales.
   En fin, deseadme suerte a ver que tal resulta todo. Y así queda inaugurada la sección temporal veraniega llamada Relatos de verano. Espero que contribuyáis con vuestras propias experiencias. Hasta mañana.

domingo, 21 de julio de 2013

Mi momento musical infantil

Hola a todos. Ya estamos otra vez aquí, compartiendo nuestra vida musical y, como dice Isabel, conociéndonos un poco más a través de la música. Y me parece especialmente bonito empezar este aprendizaje siendo otra vez niños. Y es que la infancia es ese mundo entre el sueño y la realidad donde mezclamos lo que realmente recordamos con lo que nos cuentan nuestros padres que pasó, y de todo ello surgen nuestras primeras sensaciones, nuestros primeros sentimientos. Para mí, esos momentos entre la realidad y la ficción están llenos de las canciones de los Payasos de la tele (Gabi, Fofó, Miliki y Fofito), de sus vestidos largos y de sus enormes narices. 
   Mis recuerdos me llevan a los primeros días del verano, a la edad de seis años, cuando había que dormir la siesta, sin remedio, después de comer y esperar para poder ver la tele a la hora de la merienda. Me levantaba con los ojos pegados, el pelo revuelto y una marca de la sábana en la cara. Después, con los restos del sueño todavía pegados a mí, mi hermano y yo delante de la tele y la merienda delante de nosotros, (preparada por nuestra abuela y colocada sobre una mesa baja de mármol negro y patas de metal plateado y brillante) estábamos preparados para gritar como niños cuando Fofó nos preguntara "¿Cómo están ustedeeeeees?". Después todo era reír y cantar con Mi barba tiene tres pelos, Hola don Pepito, hola don José, La gallina turuleca, etc. (servidora ya tiene una edad) y mis abuelos sentados frente al enorme balcón, unas veces cantaban con nosotros, otras miraban a la calle distraídos.
Son los primeros recuerdos de unos primeros años todavía confusos en los que todo se entremezcla un poco: los sueños del verano con las imágenes guardadas y con los sonidos cantados. Encantada de volver a saludaros de nuevo, me despido con una de las canciones que más cantaba en medio de aquellas meriendas y que luego he podido cantar, de nuevo a voz en grito como entonces, gracias a lo más grande que me ha dado la vida: mis sobrinos.
¡Qué lo disdrutéis!


jueves, 18 de julio de 2013

Cuando la cruda realidad te abofetea

Una vacante imprevista

Me decidí a leer este libro siguiendo un impulso, como casi todo lo que hago. Una amiga me lo recomendó mientras comíamos juntas y yo le contaba que estaba escribiendo un blog sobre libros. Ella lo describió con tanto entusiasmo que me dejé contagiar y esa misma tarde lo compré en una librería cercana.
   Nunca había leído nada de J. K. Rowling, aunque sí había visto todas las pelis de Harry Potter, y me encantaban. También había oído y leído todo tipo de críticas y opiniones sobre su primera novela "para adultos" (¡Cómo si los libros de Harry Potter no lo fueran!), pero no hice mucho caso porque yo no me suelo guiar por estas cosas. ¿Qué me había empujado esta vez? Pues la pasión con la que mi amiga me había resumido la novela. -"Te describe perfectamente lo mala que puede llegar a ser la gente".- Me dijo. Y, efectivamente, esa es la esencia: la maldad, de todos los tipos, formas y colores.
   Lo que parece ser una simple desgracia para una familia (la muerte repentina de un miembro del concejo parroquial de Pagford) destapa toda una lucha de poder entre los distintos intereses de los otros miembros del concejo, además de dejar al descubierto las mentiras y miserias en las que viven los protagonistas. Pero esto era sólo el argumento, detrás había mucho más: la descripción de lo enferma que puede llegar a estar una sociedad.
   Desde que empecé a leer la novela, me di cuenta de que no era una novela para pasar el rato,  ni tampoco la típica novela de denuncia social. No se trataba solamente de analizar los problemas de una determinada sociedad, en este caso la británica (aunque también lo hace), ni tampoco presentarnos el típico folletín de pecados y líos sociales que tanto vemos en la televisión. Se trataba, simplemente, de mostrar una de las caras más feas de nuestra sociedad, de una forma sincera y directa. 
   Es una novela impactante, muy bien escrita, sin tapujos, a veces incluso, de forma despiadada y demasiado cruda. No hay dulces maneras que suavicen los golpes que atiza la realidad en la que viven los personajes. La mezcla de sensaciones que he tenido mientras leía ha sido tan enorme que, en ningún momento, podía alejarme de la lectura ni pensar en otra cosa que no fuera todo lo que estaban viviendo los protagonistas, que son muchos y muy distintos, por cierto. Todo un abanico de distintas personalidades, de retratos sociales y de personas marcadas por sus orígenes y sus circunstancias.
   Pero una de las cosas que más me han impactado de esta novela es el peso que tiene el personaje que muere en el primer capítulo, a lo largo de toda la novela, y al que vamos conociendo poco a poco, a través de los ojos del resto de personajes. Es él el auténtico epicentro de todo. Me parece genial mostrar cómo una sola persona puede sostener todo un entramado de relaciones que se sujetan con alfileres y que se desmoronan en cuanto él desaparece, cómo una sola persona puede influir tanto en la vida de toda una comunidad.
   Sólo puedo terminar recomendando con todas mis fuerzas esta novela. Es de esas lecturas que te emocionan y te sacuden por dentro. En este caso no se trata de disfrutar sino de reflexionar. ¡Adelante! 

domingo, 14 de julio de 2013

¿Dónde disfrutas leyendo?

Hace unos días participé en una encuesta del blog Devoradora de libros, sobre el lugar donde nos gusta leer. Cuando se publicaron los resultados, allí apareció de todo: la cama, el tren, al aire libre, en el sofá, etc. Y es que hay miles de sitios que pueden convertirse en "mágicos" cuando estamos disfrutando de un libro.
   Mi sueño siempre ha sido un sillón orejero, colocado en la esquina de una sala llena de estanterías repletas de libros, por supuesto, y cerca de un gran ventanal o un balcón, (qué queréis, he visto mucha película inglesa). A veces, también había una chimenea dentro de ese "sueño" pero no era indispensable, dependía mucho de la estación del año. La realidad siempre ha sido otra. Sin embargo, uno de los libros que más he disfrutado no lo leí cómodamente en ningún sillón, ni siquiera tumbada en la cama, fue en el tren, entre traqueteos, música alta y conversaciones por el móvil. A pesar de todo, la historia me tenía tan enganchada que era capaz de evadirme de todo lo que me rodeaba. Y es que un buen libro consigue sobreponerse a todo. ¿O no?
   Para algunas personas, es muy importante el lugar en dónde se lee. Amigos míos me han dicho: -El libro no era gran cosa, pero el sitio era tan cómodo y tan idílico, que lo disfruté como nunca-. Otros en cambio, me comentaban todo lo contrario: -La novela es buenísima pero, chica, la he tenido que leer a saltos, mientras iba en el metro, y no la he disfrutado igual. En mi opinión, aunque el lugar en cuestión es muy importante, si una historia es realmente buena y está bien escrita, te enganchará y  no importará dónde la leas.
   Aún así, yo sigo soñando con ese maravilloso orejero colocado delante del balcón. Y ahora que estamos en veranito, sueño con una hamaca atada a dos árboles frondosos y verdes, balanceándome muy despacio y sintiendo un agradable airecillo en mi cara. ¿Alguien da más?

lunes, 8 de julio de 2013

Cafés y tertulias

He leído en Culturama que algunos escritores quieren recuperar la antigua tradición de las tertulias literarias e intelectuales que tenían lugar en los antiguos cafés de Madrid y de otras ciudades, como el Café Gijón, por ejemplo. La idea está patrocinada por cafés La Estrella, en el Ateneo de Madrid, y apoyada por diversos escritores y artistas, y consiste en una serie de cinco tertulias, con distintas temáticas, gratuitas y para todos los públicos.
   La idea de las tertulias me parece fantástica. Para mí tienen un halo mítico, un encanto especial. Me gusta imaginarme a los grandes escritores sentados a la mesa de un café con aire Rococó, de grandes espejos y sillones de terciopelo rojo, charlando de lo divino y de lo humano, comentando sus ideas literarias, sus ideas políticas y hasta cómo les gusta la paella, por qué no. Pero hay ciertas cosas que no se pueden imponer con normas o con reglas. En los últimos años, hay una tendencia a regularizarlo todo, pero "todo", como si eso fuera posible. Se nos llena la boca hablando de la individualidad, del desarrollo de la propia personalidad y todo eso, pero pretendamos controlar cualquier cosa, hasta las tertulias  de un café.
   Primero, si hay una convocatoria, por muy gratuita que sea, con un tema seleccionado, eso es cualquier cosa menos una tertulia. Segundo, una reunión de personas, por muy amigos y colegas que sean, avisadas de antemano para que se preparen un tema concreto sobre el que hablar, es cualquier cosa menos una tertulia. Lo siento, pero no hay nada más lejos de lo que fueron las antiguas tertulias de café que esto. ¿Os imagináis a Valle Inclán o a Galdós "preparándose los temas" que iban a discutir con sus amigos? ¿O a Fernán Gómez? Yo no.
  
Hay cosas que solo tienen valor si son espontáneas. La creación, la conversación, el intercambio de opiniones no puede ser reglado, tiene que surgir de forma natural. Otra cosa es un debate, claro está. Uno de los motivos por los que el Café Gijón se hizo célebre fue porque estaba situado en el lugar de paseo habitual de los domingos madrileños del XIX, y los  paseantes se sentaban en sus mesas a refrescarse con su horchata o su limonada. Poco a poco, personajes célebres de la vida intelectual y cultural del momento hicieron lo mismo y empezaron a encontrarse allí, a reunirse, a charlar y a crear el germen de lo que fueron después las famosas tertulias del siglo XX. Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Fernando Fernán Gómez, entre otros, iban a tomar su café, a encontrarse con amigos, a charlar porque se sentían a gusto, porque disfrutaban de esas reuniones. ¿Hubiera sido igual si una marca publicitaria organizara tertulias con temas elegidos de antemano y con la participación de los asistentes a la misma? Perdón, pero no lo creo. Esto, en todo caso, son conferencias-debate, no tertulias de café.
   A pesar de todo, creo que la intención de este grupo de escritores merece un respeto ya que su idea es recuperar algo bueno y muy nuestro. Esperemos que sea un primer paso para que esto despierte el gusanillo de las auténticas tertulias intelectuales de otros tiempos.

jueves, 4 de julio de 2013

Mi "Gran Esperanza" destruida

Hace unos días vi por televisión una de las últimas versiones que se han hecho de la novela de Dickens Grandes esperanzas y sentí como si me atravesaran el corazón con un estilete. Sí, sí, no quito ni una coma. Puede parecer muy exagerado, lo sé, pero si pudiera explicar en pocas palabras, la decepción que sufrí, mezclada con un poquito de rabia, entenderíais mi frustración.
   
Nunca he ocultado que no me entusiasman las versiones "modernizadas" de los clásicos, pero ha habido alguna que me ha sorprendido y mucho (Romeo y Julieta, dirigida por Baz Luhrmann e interpretada por Leonardo di Caprio y Claire Danes). Lo que no soporto es la manipulación de la historia, o de los personajes. Confieso que me senté ante el televisor con bastante recelo porque me imaginaba lo que me podía encontrar, pero no hasta ese punto. Salvo "honrosas excepciones" en algún que otro diálogo, la adaptación del guión es "versión libre", absolutamente libre. Y lo mismo ocurre con el argumento. Al trasladar la novela a nuestros días, los problemas sociales que refleja la novela del maestro Dickens no tienen ningún sentido; el retrato de la miseria y los "pecados" de la sociedad británica del siglo XIX no se pueden trasladar a nuestros días. ¿Quién se va a creer que, ahora,  una vieja loca que vive sola en una casa medio abandonada, va a criar, sin ayuda, a una niña de unos diez años? Esa buena señora no se libra de los servicios sociales por mucha gran mansión y muchos "dineros" que tuviera. Y si no son los servicios sociales, son los de Sanidad pública quienes se la llevan por insalubre, porque había que ver como estaba la mansión. Después, al tener que incluir hechos y situaciones actuales para hacerla más creíble, se introducen elementos como el cine, los viajes en avión y, como no, el sexo. Pero, la manera en que el director lo hace es tan cruda, tan actual, que es como una bofetada que no sabes de dónde ha venido. 

   Para quien no haya leído la novela, hay algo extraño que no se termina de entender, porque no hay nada que explique ese "cuelgue" que tiene el chaval con la chica después de más de 10 años, por muchas escenas eróticas que incluya el director. Si conoces la novela, sólo ves una escena de sexo extra que nada tiene que ver con la verdadera relación de dependencia que aquel niño introvertido y solitario desarrolló con una chica dominante y manipuladora. Resumiendo, una de las novelas más apasionantes que he leído se había convertido en un pelmazo aburrido, del estilo de los antiguos "Estrenos TV". 
   Hace unos días os pregunté a través de Facebook sobre vuestras adaptaciones favoritas y también por las "malditas" que se cargaron una novela idolatrada. Algunos de vosotros me habéis hablado, en general, de buenas adaptaciones como El nombre de la rosa, El bosque animado, El color púrpura o Crónica de una muerte anunciada y sólo de una mala, La tabla de Flandes. Yo incluiré también Sentido y sensibilidad como una gran adaptación al cine y os remito a un post mío anterior sobre la adaptación de Jane Eyre. A ver que os parece.
Bueno, y terminando con mi "rabieta-reflexión" sobre esta adaptación moderna de Grandes esperanzas, sigo prefiriendo la versión de 1946, protagonizada por John Milles y Alec Guiness. Si os decidís a verla, contadme vuestra opinión. Nos vemos en la próxima adaptación (acepto sugerencias).

lunes, 1 de julio de 2013

El maestro del Prado

No era la primera vez que leía un libro de Javier Sierra, así que conocía su personal visión, entre mística y mágica, de la realidad. No iba engañada, la verdad. Y precisamente por eso, tenía tantas ganas de leer este libro, porque imaginaba una visión completamente distinta del Prado. Y eso me atraía, y mucho.
   El Prado siempre ha sido un lugar muy especial para mí. Desde que era muy jovencita, pasaba allí muchas horas (horas perdidas entre clases, o entre trenes) paseando por las galerías y mirando mis cuadros preferidos. Con este libro, esperaba verlo todo de otra manera. Y vaya si lo he hecho.
   La historia nos presenta a un joven estudiante que suele visitar asiduamente el Prado y que un día, de repente, conoce a un hombre misterioso que se ofrece a mostrarle el "auténtico" significado de algunos cuadros, lo que le lleva a verse metido de lleno en una serie de situaciones extrañas que no consigue explicar. Para quien guste de lo mágico y de lo misterioso, este es su libro, para mí, que soy algo más terrenal, a veces me ha parecido demasiado "imaginativo". Las conversaciones entre "el maestro" y su discípulo llegan a ser a veces demasiado fantásticas. Que conste que no es algo que me moleste, soy bastante fantástica yo también, pero cuando ya hablamos de cábala, de amuletos mágico-sagrados, de profecías sobre el fin del mundo, de cuadros como puertas abiertas al más allá, me pierdo un poco. Además, el uso de la iconografía para explicar el lado mágico de algunos cuadros está un poco cogido por los pelos. Hay teorías que se apoyan en detalles que pueden ser una cosa y también su contraria, según quien lo cuente.

   Pero lo que sí puedo decir es que, a mí personalmente, me ha servido para descubrir cuadros que, antes, habían pasado totalmente desapercibidos ante mis ojos, o que tenía arrinconados por resultarme especialmente "densos" o "inquietantes". Uno de ellos era El jardín de las delicias, del Bosco. Nunca había podido estar más de un minuto delante de este cuadro. Me sentía agobiada, sobrepasada por tanto pequeño detalle que analizar. Ahora, sin embargo, os puedo asegurar que lo veo de una forma completamente diferente, de una forma que jamás hubiera imaginado, con una interpretación distinta a la que tenía. Lo que sí tengo que agradecer a esta novela es todo lo que he aprendido sobre la historia de algunos cuadros, o de algunos lugares tan especiales como la biblioteca de El Escorial. No se puede negar que el autor es muy meticuloso a la hora de documentarse sobre lo que escribe.
   ¿Os recomendaría leer el libro? Pues sinceramente, no lo sé. Yo misma no sabría deciros si el libro me ha gustado o no. Creo que es interesante y que está bien escrito. A veces me ha resultado un poco lento, con demasiados datos y, otras veces, me enganchaba con alguna situación misteriosa. Pero me quedaría contenta si os he dado datos suficientes como para que decidáis por vosotros mismos. ¿Alguno de vosotros lo ha leído ya? ¿Cual es vuestra  opinión? ¡Ánimo! Espero vuestros comentarios.


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