Esa ha sido mi sensación a lo largo de toda esta lectura: unas veces estaba en el realismo mágico de Allende y otras en el esperpento de Valle Inclán.
Todo en esta novela me ha parecido desbordante, extremado; nada ha sido comedido, centrado, equilibrado. Los personajes amaban u odiaban con una pasión exagerada; la naturaleza brotaba hasta reventar o palidecía hasta desaparecer; los protagonistas eran inmensamente bellos, enormemente gigantescos, absolutamente grises o tremendamente esperpénticos. El lenguaje tocaba la poesía unas veces y otras era rudo, crudo e incluso ordinario.
La historia de las mujeres Laguna no ha sido para nada mesurada, marcada siempre por una maldición que les hacía enamorarse hasta la extenuación y sufrir por ello. Los hombres de sus vidas siempre morían o desaparecían y ellas solo daban a luz a niñas, niñas que seguían inexorablemente la tradición familiar. Pero de la misma forma que amaban, odiaban. De la misa manera que se entregaban, se vengaban. Y así, la historia nos cuenta la vida de varias generaciones de mujeres Laguna y de sus hombres, de su amor, de su desengaño, de su odio, de su venganza, siempre al límite; la historia de cómo cada una de ellas se enfrentó a su maldición.
Evidentemente, son las mujeres Laguna las protagonistas absolutas de la novela, excepto en una ocasión que no pienso desvelar. El resto de acompañantes bailan a su ritmo. No digo con esto que sean planos, ni mucho menos; ellos también van acompañados de su propia historia, pero son mejores y más completos junto a ellas.
Ellas lo envuelven todo, hasta la naturaleza. A veces, los fenómenos atmosféricos parecen responder a los sentimientos de las Laguna. Las flores estallan a su paso, las tormentas rompen el cielo en sus desgracias, el calor abrasa con sus pasiones, hasta las campanas tañen según su felicidad o su tristeza. Y después, los chismorreos, las supersticiones, los prejuicios de un pueblo que vive a su alrededor rechazando o a los miembros de la familia Laguna según manda la tradición local. Todos estos aspectos llenan la novela de simbología, de plasticidad. Es una historia que se huele y se toca, a veces hasta se mastica.
¿Cómo iba yo ha pasar por este relato tan tranquila? Imposible. Mi lectura ha sido como la historia, exagerada. Comencé disfrutando como un crío con zapatos nuevos con la profusión de colores, olores y sentimientos que se escapaban del amor entre Clara Laguna y su enamorado andaluz. Después pasé a agotarme ante la cantidad de metáforas y figuras retóricas de sus descendientes, hasta el punto de sentirme como si me hubiera zampado una tarta de nata yo solita. Y finalmente, volví a disfrutar con el poder del lenguaje y con la fuerza de sus imágenes, aunque, en ocasiones, algunas de ellas me revolviera el estómago.
Como veis, nada ha sido usual en esta historia y sí extremado. Y precisamente eso es lo que me ha hecho disfrutar de esta historia.